Tigres, jaguares o elefantes también huyen de la violencia de los cárteles en el noroeste de México

Por MEGAN JANETSKY y FÉLIX MÁRQUEZ

CULIACÁN, México (AP) — Un grupo de veterinarios se encaramó el martes por la mañana a pesadas cajas metálicas para cargarlas una a una en una flota de semirremolques. Entre el cargamento: tigres, monos, jaguares, elefantes y leones. Son los más recientes desplazados por la violencia entre facciones del Cártel de Sinaloa que asola la ciudad de Culiacán, en el noroeste de México.

Durante años, mascotas exóticas requisadas a miembros de los cárteles y animales procedentes de circos han vivido en un pequeño refugio a las afueras de la capital de Sinaloa. Sin embargo, la violencia desencadenada desde septiembre del año pasado entre facciones rivales del cártel dejó a los responsables del Santuario Ostok en medio de los ataques, las amenazas de muerte y el corte de los suministros esenciales para mantener a sus 700 animales.

Por eso, esta organización privada decidió actuar. Se marcha de Culiacán, llevándose a los animales hacia el sur del estado con la esperanza de alejarse de la violencia. Pero los combates se han extendido tanto en la región que muchos temen que acaben volviendo a alcanzarles.

“Nunca habíamos llegado a esos niveles de violencia”, afirmó Ernesto Zazueta, presidente del Santuario Ostok. “Estamos muy preocupados por el futuro de los animales que llegan aquí para tener una mejor vida”.

Lucha interna dentro del cártel

La violencia en la ciudad estalló hace ocho meses, cuando dos facciones rivales del Cártel de Sinaloa empezaron a disputarse el territorio tras la detención de uno de los líderes históricos de la organización, Ismael “El Mayo” Zambada, y de uno de los hijos de Joaquín “El Chapo” Guzmán, a quien Zambada acusó de secuestrarlo y llevarlo en un avión privado a Texas donde ambos quedaron en manos de las autoridades estadounidenses.

Desde entonces, los seguidores de uno y otro iniciaron una lucha por el poder en el seno del cártel, enfrentamientos que se convirtieron en la nueva normalidad para los habitantes de Culiacán, una ciudad que durante años evitó lo peor de la violencia mexicana, en parte, porque el Cártel de Sinaloa mantenía un control absoluto de ese territorio y nadie se lo disputaba.

“Ahora que se incrementó la guerra entre las dos facciones del cártel de Sinaloa, lo que han hecho es empezar a cobrar derecho de piso, extorsión, secuestro, robo de transporte de carga para financiar la guerra”, explicó el analista de seguridad David Saucedo. “La población civil en Culiacán lo está resintiendo”.

Zazueta, el director del santuario, dijo que su salida de la ciudad es otra señal de hasta qué punto la guerra se ha infiltrado en todos los aspectos de la vida cotidiana.

Cuando comenzó el acomodo de los animales en los camiones, lo más importante era tranquilizarlos. Unos cuidadores intentaban calmar unos felinos. Otro daba zanahorias a un elefante mientras susurraba: “Voy a estar contigo. Nadie te va a hacer nada”.

Veterinarios y animales enfilaron por la autopista hasta la ciudad costera de Mazatlán, en el sur del estado, donde tenían previsto liberar a todos los ejemplares en una reserva natural.

El traslado se produjo tras meses de planificación y adiestramiento de los animales. Fue una medida desesperara porque el santuario quedó en medio del fuego cruzado por su proximidad a la localidad de Jesús María, un bastión de Los Chapitos, una de las facciones en liza.

Sin lugares seguros

Durante los periodos de mayor violencia, el personal del santuario escuchan el eco de los disparos, los acelerones de los vehículos, el ensordecedor sobrevuelo de los helicópteros, algo que, según dicen, asusta a los animales.

Otras veces, los enfrentamientos impiden que los trabajadores lleguen al lugar y algunos animales han pasado días sin comer. Muchos han empezado a perder pelo y al menos dos animales han muerto debido a la situación, afirmó Zazueta.

Para complicar las cosas, cada vez un mayor número de los animales rescatados son antiguas mascotas de narcotraficantes abandonadas en zonas rurales del estado. En un caso, se descubrió un tigre de Bengala encadenado en una plaza, atrapado en medio de una balacera. Según se indicaba en acusaciones judiciales, algunos de los capos alimentan a sus leones con los cuerpos de sus enemigos.

Diego García, uno de los trabajadores del refugio, se encarga de rescatar a esos animales. Según explicó, recibe amenazas anónimas con regularidad, llamadas en las que le dicen saber su dirección y cómo encontrarle. Le preocupa que le tomen como blanco por llevarse a las antiguas mascotas de los capos. Zazueta dijo que el refugio también recibe llamadas amenazando con quemar el santuario hasta los cimientos y matar a los animales si no paga para evitarlo.

“No hay un lugar seguro en estos momentos ”, dijo García.

Ésa es la sensación de muchos en esta ciudad de un millón de habitantes. Cuando sale el sol, los padres buscan noticias de tiroteos nada más despertarse para ver si es seguro enviar a sus hijos a la escuela. Hay casas quemadas acribilladas a balazos y alguna vez han aparecido cadáveres colgando de los puentes en las afueras de la ciudad. Por la noche, Culiacán se convierte en una ciudad fantasma, con bares y clubes cerrados y muchos sin trabajo.

“Mi hijo, mi hijo, estoy aquí no te voy a dejar solo”, gritaba una madre, sollozando a un lado de la carretera y maldiciendo a los funcionarios mientras inspeccionaban el cadáver de su hijo el lunes por la noche, tendido y rodeado de casquillos. “¿Por qué no hacen nada?”, gritaba.

Hacia un nuevo refugio

En febrero, mientras conducía un vehículo del refugio utilizado para el transporte de animales, García contó cómo fue obligado a bajar del coche por un armado enmascarado que iba en un todoterreno. A punta de pistola, le robaron el camión, medicamentos para los animales y herramientas utilizadas por el grupo para los rescates. Le dejaron temblando a un lado de la carretera.

El punto de quiebre para el Santuario de Ostok llegó en marzo, cuando una de las dos elefantas que cuidaban, Bireki, se lesionó una pata. Los veterinarios intentaron buscar un especialista para tratarla en México, Estados Unidos y otros países pero nadie se atrevía a viajar a Culiacán.

“Dijimos ¿qué estamos haciendo aquí? No podemos arriesgarnos a que vuelva a pasar”, agregó. Si no se iban, sería imposible curar a los animales en una situación similar.

Ahora, a muchos les preocupa que la ofensiva del gobierno contra los cárteles implique una mayor resistencia de los criminales, como ha ocurrido en el pasado, dijo Saucedo, el analista de seguridad.

Zazueta culpa al gobierno local y a las fuerzas de seguridad por no hacer más y dijo que sus peticiones de ayuda en los últimos ocho meses han quedado sin respuesta.

La oficina del gobernador de Sinaloa no respondió inmediatamente a una solicitud de comentarios.

El santuario hizo el traslado sin anunciarlo públicamente, preocupado por las posibles represalias de las autoridades o de los mismos cárteles que les obligaron a huir, pero esperan que los animales encuentren alivio en Mazatlán tras años de conflicto.

García, el trabajador del santuario, no está tan seguro. Quiere ser optimista pero ha visto cómo la violencia de los cárteles se extiende como un cáncer. Mazatlán no es inmune pero “al menos, es más estable porque aquí (Culiacán) ya es insoportable”.

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La videoperiodista de AP Fernanda Pesce contribuyó con esta nota.

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