Clases de natación pueden salvar la vida de los niños en el espectro autista

Por JENNIFER PELTZ

WEST PALM BEACH, Florida, EE.UU. (AP) — En una espaciosa piscina interior decorada con recortes de peces en las paredes, un grupo de niños pequeños se balanceaba, flotaba y pateaba con las piernas extendidas.

Parecía una clase de natación para principiantes. Pero aquí, los instructores trabajaban uno a uno o incluso dos con cada niño. Algunos utilizaban tarjetas para ayudar a los pequeños a comunicarse con los maestros señalando algo en ellas en lugar de hablar. Nadie tocaba silbatos.

Todos los estudiantes de esa clase en la escuela de natación Small Fish Big Fish están en el espectro autista, un trastorno del desarrollo vinculado a un riesgo de ahogamiento superior al promedio.

Esto ha preocupado desde hace mucho tiempo a expertos en trastornos del espectro autista y a padres con hijos que padecen el trastorno, y hay datos recientes que muestran claramente el peligro. En Florida, un estado donde el agua abunda desde las playas hasta los patios traseros de las casas, más de 100 niños con autismo o que estaban en evaluación se han ahogado desde principios de 2021, según el Consejo de Servicios Infantiles del condado de Palm Beach.

Las cifras resaltan un dilema que a menudo se pasa por alto: el espectro autista hace que enseñarles a nadar sea aún más necesario, pero a menudo, es mucho más difícil conseguirlo.

“Es un cambio de vida para los niños con autismo”, dijo Lovely Chrisostome, quien sufrió un tremendo susto este invierno cuando su hijo de 6 años salió de la casa familiar y deambuló por su vecindario rodeado de lagos. Ella intentó inscribirlo en clases de natación en una piscina pública, pero él se negó a entrar al agua.

No obstante, su hijo entró en la piscina en la clase específica para niños con trastorno del espectro autista de Small Fish Big Fish. Una instructora lo ayudó a flotar boca arriba. Cuando empezó a mostrar molestias —no le gusta mojarse la cabeza—, lo puso de lado, y en esa posición pareció tranquilo.

Se estima que el autismo afecta a 1 de cada 31 niños estadounidenses. Su seguridad en el agua ha recibido atención pública ocasional tras tragedias como la muerte de Avonte Oquendo, un adolescente autista quien fue hallado en un río de Nueva York tras desaparecer de su escuela, en 2014.

Si bien la investigación científica sobre el tema es poca, dos estudios de 2017 documentaron un riesgo considerablemente mayor de ahogamiento entre personas con trastorno del espectro autista. Esto se debe, en gran parte, a su propensión a deambular y a subestimar los peligros, según el doctor Guohua Li —uno de los coautores— y otros expertos.

Un niño de 5 años de Florida se escabulló aparentemente por una puerta para perros y se metió en la piscina de su abuela. Otro murió en un canal tras resbalar por el agujero de una valla en un parque infantil destinado específicamente para niños en el espectro autista. Una niña de 6 años se ahogó en un lago después de que, evidentemente, trepó por una estantería para libros colocada para bloquear la puerta de un apartamento, según el Consejo de Servicios Infantiles del Condado de Palm Beach. Actualmente, se crea una base de datos nacional.

“Las clases de natación deberían ser un tratamiento de primera línea para el autismo”, dijo Li, profesor de epidemiología de la Universidad de Columbia quien no participa en la investigación del consejo. Él mismo tiene un hijo en el espectro autista.

Las clases pueden salvar vidas

Algunas personas en el espectro autista destacan en la natación, como los adolescentes de Nueva Jersey que aparecen en el documental de 2017 “Swim Team”. Muchos otros son expertos en el agua. Incluso algunos niños en el extremo más severo del espectro pueden dominar los fundamentos de la supervivencia con tan solo ocho horas de terapia ocupacional acuática, afirmó Michele Alaniz, terapeuta ocupacional certificada por la Junta en Pediatría, quien publicó una investigación con base en su trabajo en el Casa Colina Hospital and Centers for Healthcare de Pomona, California.

No obstante, algunas familias no se inscriben en las clases por temor a abrumar a los niños, quienes pueden presentar síntomas que van desde no hablar hasta golpearse la cabeza repetidamente y angustiarse por el ruido. Otros chicos son expulsados de programas que no pueden manejarlos. Las sesiones privadas pueden ser útiles, pero son costosas.

“Contar con alguien que comprenda a un niño en el espectro —cuáles son sus necesidades especiales, cómo comunicarse con el niño, cómo mitigar una crisis, particularmente en una piscina— es fundamental”, dice Lindsey Corey, quien comentó que su hijo de 5 años no aprendió mucho en una clase general de natación ni en clases particulares en su casa en Lake Worth, Florida, pero sí progresó en un programa con instructores capacitados por la Autism Society.

A medida que se presta más atención a los riesgos de ahogamiento, hay quienes intentan que las clases de natación sean más accesibles. Una organización australiana de beneficencia llamada Autism Swim informó que 1.400 profesores de natación, fisioterapeutas y otros profesionales de todo el mundo han tomado su curso de formación en línea desde 2016.

Agitación y alegría en el agua

En Florida, el Consejo de Servicios Infantiles del condado de Palm Beach aportó 17.000 dólares el año pasado a la Sociedad de Autismo de Estados Unidos para capacitar a docenas de instructores, dijo Jon Burstein, quien realizó la investigación del consejo sobre autismo y ahogamiento. La organización pagó otros 13.500 dólares por las clases en Small Fish Big Fish.

La docena de estudiantes, de entre 4 y 8 años, asisten a una escuela pública cercana con gestión autónoma que se especializa en autismo. Al principio, se resistían a subir al autobús —mucho más a meterse al agua—, reportaron los organizadores. Pero una tarde de principios de abril, se dirigieron sin dudarlo a la piscina poco profunda.

Una niña flotaba sobre una tabla de espuma con la cara en el agua, un ejercicio de control de la respiración. Otra sonreía mientras se impulsaba sobre un tubo flotador flexible.

“Es intrépida al punto que da miedo porque se tira a la piscina, sepa nadar o no”, dijo más tarde su madre, Jana D’Agostino. “Así que esto es realmente importante. Les está salvando la vida”.

Al otro lado de la piscina, un niño bajó a regañadientes de los escalones y se metió al agua, donde lo esperaba Melissa Taylor, fundadora de Small Fish. “¡Mi turno!”, dijo ella y metió la cabeza en el agua.

Él hizo lo mismo y luego regresó a los escalones. Taylor continuó trabajando con él, pero el niño no tardó en salir de la piscina y comenzó a hacer movimientos con las manos. Al darse cuenta de que ya había sido suficiente para él, los instructores lo dejaron secarse con la toalla.

“Se nos está dificultando que confíe en nosotros”, explicó Taylor, quien también reconoce cuándo los chapoteos y movimientos repetitivos indican emoción y no alarma.

La sesión continuó para los demás niños, entre ellos, el hijo de Chrisostome, quien salió con una sonrisa.

Ha aprendido mucho en las clases, pero, ¿qué le sorprende más a ella?

“La felicidad que muestra”.

___

El Departamento de Salud y Ciencia de The Associated Press recibe apoyo del Grupo de Medios Científicos y Educativos del Instituto Médico Howard Hughes y de la Fundación Robert Wood Johnson. La AP es la única responsable de todo el contenido.

Related posts