Por CATERINA MORBIATO
CIUDAD DE MÉXICO (AP) — El público es de lo más variopinto, pero todos sus integrantes desean lo mismo: bailar libremente. Danzar sin costo, sin acoso, sin prejuicios.
Son las 4 de la tarde de un domingo y un pabellón de altos ventanales del Bosque de Chapultepec, un parque urbano que ocupa más de 800 hectáreas en el corazón de la Ciudad de México, ya está casi al tope de su aforo.
Dispuestos como rayos de sol en torno a una consola de disc-jockey hay veinteañeros, niños, adolescentes con sus mamás, parejas de adultos mayores. Suman unas 300 personas y entre murmullos aguardan el inicio. Entonces las primeras notas parten el aire y una punzada recorre a los presentes.
La fiesta es organizada por la Nueva Red de Bailadores (NRB), un colectivo que apuesta a crear espacios donde la gente pueda reunirse para bailar libremente sin tener que pagar ingreso, sin expendio de alcohol ni necesidad de conocer los pasos “adecuados”.
“Esta es una invitación abierta a que todos se muevan como quieran en un espacio seguro”, anuncia micrófono en mano Axel Martínez, uno de los fundadores del colectivo.
A su ritmo, cada persona se deja llevar por la música y nadie parece sorprenderse de los movimientos de los demás.
La pista, de un material plástico negro, empieza a vibrar con los brinquitos de una niña, el salto de un joven que lanza los brazos al aire, los pies desnudos de aquellos que decidieron liberarse de sus zapatos.
Lo que sigue es la activación de un cuerpo colectivo conformado por pulsaciones diversas, conectadas pero independientes.
Desde piezas de jazz experimental, pasando por cálidas sonoridades de hip hop egipcio hasta las más familiares cumbias sazonadas con un toque electrónico, la gente lo baila todo.
“Nosotros decimos que la Nueva Red de Bailadores es (una comunidad) de filosofía y de acción”, explicó Martínez. “Bailar solos nos llena mucho, pero también bailar con mucha gente es un sentimiento muy enriquecedor”.
Todo empezó hace nueve años con amigos que se reunieron en un departamento para bailar libremente. Con el tiempo se corrió la voz y de 20 personas pasaron a ser 50, luego 100 y tuvieron que salir a un parque.
Ante la creciente asistencia los integrantes de la NRB se acercaron a las autoridades y establecieron una relación directa con el organismo encargado de la protección y conservación del centro histórico de la capital mexicana y con los responsables de varios museos, que accedieron a proporcionar el equipo de sonido y más recursos para llevar a cabo las fiestas.
Gracias a su red de contactos, el colectivo ha podido organizar bailes en espacios cada vez más llamativos e inesperados —antiguas fábricas, jardines— y hasta la fecha ha celebrado unas 300 fiestas.
Ana Celia Agustín, administradora de un condominio de 29 años, es una aficionada de los bailes de la NRB porque, entre otras cosas, se plantean como espacios seguros.
“Poder llegar a un espacio donde se siente la felicidad y el respeto, pues te da mucha tranquilidad”, dijo.
Esta última fiesta de la NRB tuvo dos pistas de baile: una adentro y una en el exterior del pabellón. En los dos ambientes se pudo percibir, además de una alegría vibrante, una cierta despreocupación.
“La gente sabe que puede acudir con los organizadores… no hay policías, ni figuras de seguridad. Abogamos para que todos nos cuidemos entre todos”, dijo Martínez.
Según explicó, crear un clima de confianza y libre de miedo ha sido posible también porque a lo largo de los años la NRB ha hecho hincapié en que la seguridad se construye entre todas las personas que asisten a los bailes.
“Lo hemos logrado, convertirnos en una red social real y es lo más valioso”, agregó por su lado el integrante de la NRB Elías Herrera, en referencia al “círculo virtuoso” entre redes sociales y convivencia presencial que desencadenó el colectivo.
Los videos y publicaciones compartidos en las redes sociales desempeñan sin duda un papel clave en la promoción de las fiestas, pero es el boca a boca de quienes participan lo que las ha hecho tan populares.
“Conocí mucho el baile y mi cuerpo siempre entremezclado con el alcohol. Aquí encontré un nuevo lugar. Ha sido una experiencia muy reveladora para mí descubrir que tengo todo esto adentro de mí que puedo soltar”, dijo a AP Mateo Cruz, de 27 años. “Puedo liberarme por completo de lo que están pensando los demás, de lo que estoy pensando yo mismo”, explicó el joven empleado en una empresa de videojuegos.
La capital de México es una ciudad que baila, especialmente en los barrios más populares donde el espacio público se convierte en pista con motivo del aniversario de un mercado o para la celebración de un santo patrón.
En general, sin embargo, son fiestas en las que existe cierta homogeneidad entre los asistentes y los ritmos. Con sus bailes, la NRB ha abierto la pista a un público más variado y ha difuminado las fronteras entre géneros musicales.
Isabel Miraflores, subdirectora de secundaria jubilada de 73 años, llegó junto con su esposo y disfrutó tanto del baile como de la presencia de personas de edades diversas. “Me parece maravilloso porque es un evento libre, no hay costo… juntamos con toda la sociedad y nos estamos divirtiendo sin ningún problema”, comentó.
Falta poco más de una hora para que termine el baile, pero decenas de personas todavía hacen cola para entrar al pabellón.
“En una realidad capitalista como en la que estamos es muy difícil encontrar una alternativa, sobre todo sin costo. La accesibilidad lo es todo para nosotros”, subrayó Martínez.