Crece el conflicto entre elefantes y aldeanos en Zimbabue. Una nueva estrategia busca solucionarlo

Por FARAI MUTSAKA

HWANGE, Zimbabue (AP) — Cuando las alertas activadas por GPS muestran que una manada de elefantes se dirige hacia las aldeas cercanas al Parque Nacional Hwange de Zimbabue, Capon Sibanda entra en acción. Publica advertencias en grupos de WhatsApp antes de salir rápidamente en su bicicleta para informar a los residentes cercanos que no tienen teléfonos o acceso a la red.

El nuevo sistema de seguimiento de elefantes con collares GPS fue lanzado el año pasado por la Autoridad de Gestión de Parques y Vida Silvestre de Zimbabue y el Fondo Internacional para el Bienestar Animal (IFAW, por sus siglas en inglés). Su objetivo es prevenir encuentros peligrosos entre personas y elefantes, que son más frecuentes a medida que el cambio climático agrava la competencia por alimentos y agua.

“Cuando comenzamos era más un reto, pero se está volviendo fenomenal”, expresó Sibanda, de 29 años, uno de los voluntarios locales capacitados para ser guardianes comunitarios.

Durante generaciones, los aldeanos golpeaban ollas, gritaban o quemaban estiércol para ahuyentar a los elefantes. Pero las sequías cada vez más severas y la disminución de recursos han empujado a los animales a invadir las aldeas con más frecuencia, destruyendo cultivos e infraestructuras y, a veces, hiriendo o matando a personas.

Se estima que la población de elefantes de Zimbabue es de unos 100.000, casi el doble de la capacidad de la tierra para sostenerlos. El país no ha sacrificado elefantes en casi cuatro décadas debido a la presión de los ambientalistas, y también porque el proceso es costoso, según Tinashe Farawo, portavoz de parques.

Los conflictos entre humanos y animales salvajes como elefantes, leones y hienas derivaron en la muerte de 18 personas en todo el país del sur de África entre enero y abril de este año, lo que obligó a las autoridades del parque a matar a 158 animales “problemáticos” durante ese periodo.

“Las sequías están empeorando. Los elefantes devoran lo poco que cosechamos”, lamentó Senzeni Sibanda, consejera local y agricultora, mientras atendía su cultivo de tomates con estiércol de vaca en un jardín comunitario, el cual también apoya un programa de alimentación escolar.

Ahora la tecnología apoya las tácticas tradicionales. A través de la plataforma EarthRanger introducida por el IFAW, las autoridades rastrean en tiempo real a los elefantes con collar. Mapas muestran su proximidad a la zona de amortiguamiento —delineada en mapas digitales, no por cercas— que separa el parque y las concesiones de caza de la tierra comunitaria.

Una mañana en un restaurante del parque, el gerente de operaciones de campo del IFAW, Arnold Tshipa monitoreaba íconos en movimiento en su computadora portátil mientras aguardaba su desayuno. Cuando un ícono cruzó una línea roja, lo cual indicaba una violación, sonó una alerta.

“Vamos a poder ver las interacciones entre los animales salvajes y las personas”, indicó Tshipa. “Esto nos permite asignar más recursos a áreas particulares”.

El sistema también registra incidentes como daños a cultivos o ataques a personas y ganado por depredadores como leones o hienas, y ataques de represalia a los animales salvajes por parte de humanos. También rastrea la ubicación de guardianes comunitarios como Capon Sibanda.

“Cada vez que me despierto, tomo mi bicicleta, tomo mi dispositivo y salgo a la carretera”, comentó Sibanda. Recoge y almacena datos en su teléfono, generalmente con fotos. “En un abrir y cerrar de ojos” las alertas llegan a los guardabosques y aldeanos, agregó.

Su compromiso ha ganado admiración de los lugareños, quienes a veces le regalan cultivos o carne. También recibe una asignación mensual por unos 80 dólares para adquirir alimentos, y el pago de sus datos de internet.

El director de la agencia de parques, Edson Gandiwa, indicó que la plataforma asegura que “las decisiones de conservación estén fundamentadas en datos científicos sólidos”.

Aldeanos como Senzeni Sibanda dicen que el sistema está representando una diferencia: “Todavía golpeamos ollas, pero ahora recibimos advertencias a tiempo y los guardaparques reaccionan más rápido”.

Sin embargo, persiste la frustración. Sibanda ha perdido cultivos e infraestructura de agua debido a las incursiones de elefantes y quiere acciones más enérgicas. “¿Por qué no los están sacrificando para que nos beneficiemos?”, preguntó. “De todos modos, tenemos demasiados elefantes”.

Su comunidad, donde viven varios cientos de personas, recibe sólo una pequeña parte de los ingresos anuales de la caza de trofeos, aproximadamente el valor de un elefante o entre 10.000 y 80.000 dólares, que se destinan a reparaciones de agua o de cercas. Ella quiere que se incremente la cuota de caza de Zimbabue, que es de 500 elefantes por año, y que se aumente la parte que le corresponde a su comunidad.

El debate sobre los elefantes ha llegado a los titulares noticiosos. En septiembre del año pasado, activistas protestaron después de que Zimbabue y Namibia propusieran sacrificar elefantes para alimentar a comunidades afectadas por la sequía. El entonces presidente de Botsuana ofreció regalar 20.000 elefantes a Alemania, y el ministro de vida silvestre del país sugirió irónicamente enviar 10.000 a Hyde Park, en el corazón de Londres, para que los británicos pudieran “darse una idea de qué se siente vivir junto a elefantes”.

El proyecto de colocación de collares de Zimbabue puede ofrecer un camino a seguir. Dieciséis elefantes, en su mayoría matriarcas, han sido equipados con collares GPS, lo que permite a los guardaparques rastrear manadas enteras siguiendo a sus líderes. Pero Hwange alberga alrededor de 45.000 elefantes, y los funcionarios de parques dicen que tiene capacidad para 15.000. Los funcionarios del proyecto reconocen que aún queda una gran brecha.

En una misión reciente de colocación de collares, un equipo de ecologistas, veterinarios, rastreadores y guardaparques identificó una manada. Un francotirador le disparó un dardo a la matriarca. Después de un seguimiento por medio de un dron y un camión, los miembros del equipo colocaron el collar, cuya batería dura entre dos y cuatro años. Algunos recogieron muestras de sangre. Había guardaparques con rifles que vigilaban.

Una vez asegurado el collar, se administró un antídoto y la matriarca se adentró en la naturaleza, tambaleándose y agitando sus orejas.

“Cada segundo cuenta”, enfatizó Kudzai Mapurisa, veterinario de la agencia de parques.

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Esta historia fue traducida del inglés por un editor de AP con la ayuda de una herramienta de inteligencia artificial generativa.

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