¿Descargas en el océano o solución climática? Empresas apuestan por capturar carbono en el mar

Por HELEN WIEFFERING

HALIFAX, Canadá (AP) — Desde los terrenos de una planta de energía a gas en las costas orientales de Canadá, una empresa poco conocida está bombeando una mezcla de minerales al océano en nombre de detener el cambio climático.

Si se trata de contaminación o de una solución mágica que salvará al planeta podría depender de a quién se le pregunte.

Desde la costa, una tubería arroja una mezcla de agua y óxido de magnesio —un mineral blanco en polvo utilizado en todo, desde la construcción hasta las pastillas para la acidez estomacal— que Planetary Technologies, con sede en la provincia de Nueva Escocia, apuesta a que absorberá en el mar más gases que calientan el planeta.

“Restaurar el clima. Sanar el océano”, reza el lema estampado en un contenedor ubicado cerca de allí.

Planetary forma parte de un creciente sector que se apresura a diseñar una solución al calentamiento global utilizando el poder absorbente de los océanos. Cuenta con el respaldo de 1 millón de dólares de la fundación del multimillonario Elon Musk.

Docenas de otras empresas y grupos académicos están planteando la misma teoría: que hundir rocas, nutrientes, desechos de cultivos o algas en el océano podría mantener almacenado allí durante siglos dióxido de carbono que calienta el clima. En los últimos cuatro años se han llevado a cabo casi 50 pruebas de campo, en las que startups han recaudado cientos de millones de dólares en fondos iniciales.

Pero en el ámbito aún abundan los debates sobre las consecuencias para los océanos si las estrategias se implementan a gran escala, y sobre cuáles serán exactamente los beneficios para el clima. Los críticos dicen que las iniciativas avanzan demasiado rápido y hay muy pocas restricciones.

“Es como en el Viejo Oeste. Todo el mundo está a bordo, todos quieren hacer algo”, observó Adina Paytan, quien enseña ciencias de la tierra y el océano en la Universidad de California, campus Santa Cruz.

Planetary, al igual que la mayoría de las startups oceánicas, está financiando su trabajo vendiendo créditos de carbono, que son fichas que representan una tonelada de dióxido de carbono retirado del aire. En gran medida no regulados y sujetos a un ampio debate, los créditos de carbono se han vuelto populares este siglo: muchas empresas los consideran una forma de adquirir compensaciones en lugar de reducir sus propias emisiones. La mayoría de los créditos valen varios cientos de dólares cada uno.

El sector vendió más de 340.000 créditos de carbono marino el año pasado, un incremento en comparación con 2.000 créditos hace cuatro años, según el sitio de seguimiento CDR.fyi. Pero esa cantidad de carbono retirado es una fracción minúscula de lo que los científicos dicen que será necesario para mantener el planeta habitable durante los siglos venideros.

Los que encabezan las iniciativas, incluido Will Burt, el principal científico oceánico de Planetary, reconocen que están entrando en territorio desconocido, pero dicen que el mayor peligro para el planeta y los océanos es no movilizarse lo suficientemente rápido.

“Necesitamos entender si va a funcionar o no. Cuanto más rápido lo hagamos, mejor”, manifestó.

Aspirando carbono para echarlo al mar

En los últimos años ha habido un enorme incremento en los empeños para capturar dióxido de carbono.

La mayoría de los modelos climáticos muestran ahora que reducir las emisiones será insuficiente para frenar el calentamiento global, según el Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de Naciones Unidas. El mundo también necesita retirar activamente los gases que atrapan el calor, y el océano podría ser un lugar lógico para capturarlos.

Ya se ha invertido dinero en diferentes estrategias en tierra, entre ellas bombear dióxido de carbono para extraerlo del aire, desarrollar sitios para almacenar carbono bajo tierra y reforestar bosques, que almacenan dióxido de carbono en forma natural. Pero muchos de esos proyectos enfrentan límites de espacio y podrían tener un impacto sobre comunidades cercanas. El océano ya regula el clima de la Tierra al absorber calor y carbono, y en comparación, parece ilimitado.

“¿Es esa enorme superficie una opción para ayudarnos a lidiar con y mitigar los peores efectos del cambio climático?”, preguntó Adam Subhas, quien encabeza un proyecto de eliminación de carbono en la Institución Oceanográfica de Woods Hole, ubicada en Cape Cod, Massachusetts.

Un martes por la tarde en la costa del puerto de Halifax, Burt guardó su casco de bicicleta y se puso un casco de seguridad para darles a dos estudiantes de ingeniería un recorrido por el sitio de Planetary.

Un remolque de tractocamión se encontraba en un claro, almacenando enormes bolsas de óxido de magnesio extraído en España y enviado a Canadá a través del Atlántico.

La mayoría de las empresas que buscan soluciones climáticas en alta mar están tratando de reducir o transformar el dióxido de carbono almacenado en el océano. Si pueden lograr eso, señaló Burt, los océanos actuarán “como una aspiradora” para absorber más gases del aire.

Planetary está utilizando óxido de magnesio para crear esa aspiradora. Cuando se disuelve en agua de mar, transforma el dióxido de carbono de ser un gas a moléculas estables que no interactuarán con la atmósfera durante miles de años. La piedra caliza, la olivina y otras rocas alcalinas tienen el mismo efecto.

Otras empresas se centran en cultivar algas y algas marinas para capturar el gas. Estos organismos marinos actúan como las plantas en tierra, absorbiendo dióxido de carbono del océano al igual que los árboles lo hacen del aire. La empresa Gigablue, por ejemplo, ha comenzado a verter nutrientes en aguas de Nueva Zelanda para cultivar organismos diminutos a los que se les llama fitoplancton donde de otro modo no podrían sobrevivir.

Otros más consideran que las partes más profundas del océano pueden ser útiles para almacenar material orgánico que emitiría gases de efecto invernadero si se dejara en tierra.

Algunas empresas han hundido astillas de madera frente a la costa de Islandia y están planeando hundir sargazo —una alga marina de color marrón amarillento— a profundidades extremas. La startup Carboniferous está tramitando un permiso federal para colocar pulpa de caña de azúcar en el fondo del Golfo de México, al que el presidente estadounidense ha renombrado Golfo de Estados Unidos.

Aunque el trabajo de Planetary puede dar la impresión de ser un “experimento científico aterrador”, observó Burt, hasta ahora las pruebas realizadas por la empresa dejan entrever que el óxido de magnesio presenta riesgos mínimos para los ecosistemas marinos, el plancton o los peces. Desde hace tiempo el mineral se ha utilizado en plantas de tratamiento de agua e instalaciones industriales para desacidificar agua.

El puerto de Halifax es sólo una ubicación donde Planetary espera operar. La empresa ha establecido otro sitio en una planta de tratamiento de aguas residuales en las costas de Virginia y planea iniciar pruebas en Vancouver más adelante este año.

Según las Academias Nacionales de Ciencias, Ingeniería y Medicina de Estados Unidos, el sector necesita eliminar miles de millones de toneladas de dióxido de carbono por año para mediados de siglo con el fin de cumplir con los objetivos climáticos establecidos hace casi una década en el acuerdo climático de París.

“El punto aquí es mitigar una crisis climática que se acelera rápidamente”, apúntó Burt. “Tenemos que actuar con seguridad e integridad, pero también tenemos que actuar rápido”.

“Hecha nudos”

Aunque hay amplio entusiasmo en el sector, no siempre las comunidades costeras avalan rápidamente las acciones.

En Carolina del Norte, una solicitud para verter cargamentos de olivina cerca de la localidad costera de Duck desató preguntas que redujeron el proyecto en más de la mitad.

La empresa Vesta, formada en 2021, promueve el mineral de tono verdoso para su uso como herramienta de reducción del carbono en el océano y la creación de montículos que protejan a las ciudades costeras de las marejadas y las olas.

Durante el proceso de concesión de permisos, funcionarios de la Comisión de Recursos de Vida Silvestre del estado, la División de Pesquerías Marinas y del Servicio Federal de Pesca y Vida Silvestre plantearon una larga lista de preocupaciones.

“Tal como se propone, el proyecto es un estudio a corto plazo con el potencial de generar impactos a largo plazo y sin planes de reparación”, escribió un supervisor de campo del Servicio Federal de Pesca y Vida Silvestre. Las agencias indicaron que la olivina podría asfixiar el ecosistema del fondo marino y amenazar un sitio de actividad significativa de tortugas marinas y el esturión atlántico.

El director general de Vesta, Tom Green, indicó que la empresa no tenía previsto que su solicitud original fuera aprobada tal como estaba escrita. “Es más el inicio de un diálogo con los reguladores y la comunidad”, apuntó.

El proyecto avanzó a mediados del año pasado con mucho menor magnitud, un plan de recuperación y requisitos más detallados para monitorear especies de aguas profundas. Ocho mil toneladas de olivina enviadas desde Noruega están sumergidas ahora bajo las olas de Carolina del Norte.

Green indicó que entiende por qué la gente se muestra escéptica, y trata de recordarles que el objetivo de Vesta es salvar el medio ambiente, no dañarlo. Es el trabajo de la empresa, dice, “presentarse en las comunidades locales, presentarse físicamente, escuchar y compartir nuestros datos y generar confianza de esa manera”.

Las comunidades pesqueras se han opuesto a otro proyecto climático encabezado por Subhas del centro de investigación Woods Hole, el cual ha generado 10 meses de conversación y debate.

El proyecto, tal como fue propuesto la primavera pasada, habría vertido 249.837 litros (66.000 galones) de solución de hidróxido de sodio en aguas oceánicas cerca de Cape Cod. Posteriormente Woods Hole propuso reducir el proyecto para usar menos de 64.352 litros (17.000 galones) de la sustancia química, y aún está pendiente la aprobación federal.

En dos revisiones por separado, la Agencia de Protección Ambiental (EPA, por sus siglas en inglés) indicó que cree que el mérito científico del proyecto supera los riesgos ambientales, e hizo notar que no prevé “impactos inaceptables” en la calidad del agua ni en la pesca.

Pero Jerry Leeman III, pescador de quinta generación, quiere saber qué pasará con los huevos de langosta, abadejo y platija que flotan en la columna de agua y en la superficie del océano si de repente son rociados con esa sustancia química agresiva.

“¿Les estás diciendo a todos los pescadores que no pesquen en esta área mientras haces este proyecto? ¿Y quién compensa a estos individuos por desplazar a todo el mundo?”, cuestionó.

El equipo de Subhas prevé que las concentraciones más potentes de la sustancia química duren menos de dos minutos en el océano antes de diluirse. También han acordado retrasar o reubicar el proyecto si hay bancos de peces o parches de huevos de peces visibles en las aguas circundantes.

Sarah Schumann, quien pesca comercialmente pez azul en Rhode Island y encabeza una campaña para que haya una acción climática “amigable con la pesca”, señaló que, después de asistir a cuatro sesiones de escucha, todavía no está segura de cómo hallar un equilibrio entre su apoyo a la investigación y la aprehensión que escucha en la comunidad pesquera.

“Si realmente estuviera tratando de decidir dónde me posiciono en este tema, estaría hecha nudos”, expresó.

Y Planetary, que ha visto poca resistencia de los habitantes locales a lo largo del puerto de Halifax, enfrentó una serie de protestas contra un proyecto climático que propuso en Cornwall, Inglaterra.

En abril del año pasado, más de cien personas marcharon por una playa sosteniendo carteles que decían: “Mantén nuestro mar libre de sustancias químicas”.

Sue Sayer, quien dirige un grupo de investigación que estudia focas, indicó que durante las conversaciones con Planetary se percató que “no tenían ni idea de qué animales o plantas o especies viven en la bahía de St. Ives”. El hecho de que la compañía haya arrojado hidróxido de magnesio a la bahía por primera vez, narró, enardeció a una comunidad que es “masivamente y científicamente apasionada del mar”.

David Santillo, un científico sénior de los Laboratorios de Investigación de Greenpeace en la Universidad de Exeter, cuestionó cómo Planetary propuso rastrear el impacto de su trabajo. Según una presentación grabada vista por la AP, las mediciones de referencia efectuadas por la empresa en Cornwall sólo se tomaron durante unos pocos días.

“Si no tienes un punto de referencia durante varios años y estaciones”, señaló Santillo, “no sabes siquiera si podrías detectar alguno de tus efectos”.

Una auditoría encargada por la Agencia de Medio Ambiente del Reino Unido encontró que los experimentos de Planetary presentaban un riesgo “muy bajo” para la vida marina, y tenían un potencial significativo para la eliminación de carbono.

A pesar de ello, la empresa puso en pausa su propuesta de bombear otras 200 toneladas de minerales. En apego a una recomendación del gobierno, Planetary indicó que buscaría una fuente de hidróxido de magnesio más cercana al sitio de Cornwall, en lugar de enviarlo desde China. También les aseguró a los locales que no vendería créditos de carbono derivados de la liberación de sustancias químicas que había hecho.

Sara Nawaz, directora de investigación del Instituto para la Eliminación Responsable de Carbono de la Universidad Estadounidense, indicó que entendía por qué los científicos a veces pasan apuros para comunicarse con las comunidades y obtener su apoyo. Investigaciones iniciales muestran que el público es reacio a la idea de “manipular” el clima.

Muchas personas tienen un fuerte vínculo emocional con el océano, agregó. Existe el temor de que una vez que pongas algo en el océano, “no puedas recuperarlo”.

Las grandes incógnitas

No sólo los habitantes locales tienen preguntas sobre si estas tecnologías funcionarán. Los científicos también han reconocido que hay grandes incógnitas. Pero algunos de los principios detrás de las tecnologías han sido estudiados durante décadas, y el laboratorio sólo puede efectuar simulaciones de prueba hasta cierto punto.

Durante una sesión reciente de escucha de la EPA sobre el proyecto de Woods Hole, una serie de oceanógrafos y simpatizantes del sector indicaron que es hora de realizar pruebas a escala oceánica.

“Hay una urgencia para avanzar y llevar a cabo este trabajo”, señaló Ken Buesseler, otro científico de Woods Hole que estudia el carbono capturado por las algas.

Aun así, el océano es un paisaje dinámico y desafiante para trabajar. Los científicos todavía están descubriendo nuevos detalles sobre cómo absorbe y recicla el carbono, y cualquier material que agreguen al agua de mar es susceptible de hundirse, diluirse o desplazarse a otras ubicaciones, en un reto a los empeños para rastrear cómo responde el océano.

“Es tan difícil hacer que el océano haga lo que quieres”, reconoció Sarah Cooley, una científica del ciclo del carbono que ha trabajado para la organización sin fines de lucro Ocean Conservancy y el gobierno federal.

Katja Fennel, presidenta del departamento de oceanografía de la Universidad de Dalhousie, trabaja en modelar cuánto carbono ha capturado Planetary en el puerto de Halifax, una cifra acompañada de cierta incertidumbre.

Ella es una de dos personas que encabezan a un grupo de académicos que monitorea el proyecto de la empresa utilizando muestras de agua, sensores y núcleos de sedimentos tomados de diversas ubicaciones en la bahía. Ciertos días, su equipo agrega un tinte rojo a las tuberías para observar cómo se disuelven los minerales y fluyen hacia el mar.

Los modelos son necesarios para simular qué pasaría si Planetary no hiciera nada, señaló Fennel. También son necesarios porque el océano es tan grande y profundo que es imposible recopilar suficientes datos para proporcionar una imagen completa de él.

“No podemos tomar medidas en todas partes todo el tiempo”, observó.

Además hay preguntas persistentes sobre cuánto tiempo durará la captura de carbono.

Es un punto especialmente importante para las empresas que trabajan con algas, astillas de madera u otros materiales orgánicos, porque según dónde se descompongan, podrían liberar dióxido de carbono de nuevo a la atmósfera.

Cuanto más profundo se hundan las plantas y las algas, más tiempo permanecerá capturado el carbono. Pero eso no es fácil de asegurar. Running Tide, una empresa que ya no opera y que hundió casi 20.000 toneladas de astillas de madera en aguas islandesas, indicó que el carbono podría quedar capturado hasta por tres milenios o tan sólo 50 años.

Incluso si estas soluciones funcionan a largo plazo, la mayoría de las empresas están operando a una escala demasiado pequeña para influir en el clima. El ampliarse para cumplir con los objetivos climáticos actuales requerirá enormes cantidades de recursos, energía y dinero.

“La pregunta es: ¿qué pasa cuando lo incrementas a miles de millones de toneladas cada año?”, planteó David Ho, profesor de oceanografía en la Universidad de Hawai en Manoa y cofundador y director científico de la organización sin fines de lucro (C)Worthy, que trabaja en verificar el impacto de la eliminación de carbono a partir del océano. “Y eso aún está por determinarse”.

Burt de Planetary imagina un futuro en el que los minerales sean bombeados a través de plantas de energía e instalaciones de tratamiento de agua en las principales costas del mundo. Pero eso requeriría un volumen constante y de gran magnitud de óxido de magnesio o minerales similares, junto con la energía para extraerlos y transportarlos.

El crecimiento de algas y algas marinas necesitaría expandirse exponencialmente. Las Academias Nacionales de Ciencias, Ingeniería y Medicina han estimado que casi dos terceras partes de las costas del mundo necesitarían estar rodeadas de algas para siquiera comenzar a hacer mella en el calentamiento global. La empresa Seafields, que está realizando pruebas en el Caribe, dice que se plantea desarrollar una granja de sargazo entre Brasil y África Occidental de más de 320 kilómetros (200 millas) de ancho.

Existe el riesgo de que estas expansiones exacerben el daño ambiental que no es detectable en pruebas pequeñas y, debido a la circulación global del agua, podría sentirse en todo el mundo.

Pero la alternativa a nunca intentarlo, apuntó Ho, es que el cambio climático siga sin control.

Se acaba el tiempo

A finales del año pasado, Planetary anunció que su proyecto en Nueva Escocia capturó con éxito 138 toneladas de carbono, lo que le permitió entregar exactamente 138 créditos de carbono a dos de los primeros inversores de la empresa, Shopify y Stripe.

Monetizar el trabajo es incómodo para muchos que estudian el océano.

“Por un lado, está fomentando más investigación y más ciencia, lo cual es bueno. Por otro, está abriendo puertas para que se abuse del sistema”, expresó Paytan, la profesora de Santa Cruz, quien ha sido contactada por varias startups que buscan colaborar.

Hizo referencia a empresas acusadas de sobreestimar drásticamente el carbono que capturaron, aunque se jactaron de restablecer selvas tropicales en Perú y reemplazar estufas que producen humo en África.

Pero en ausencia de más investigación financiada por el gobierno, varias empresas le dijeron a la AP que hay pocas formas de que haya avances en esta área de investigación si no se venden créditos.

“Desafortunadamente, así es como hemos configurado las cosas ahora, es que ponemos en manos de estas startups el desarrollar las técnicas”, señaló Ho.

De vuelta en su oficina de contenedores de carga en el puerto de Halifax, Burt indicó que entendía la incomodidad en torno a la venta de créditos, y dijo que Planetary se toma en serio la necesidad de operar de manera abierta, responsable y cautelosa. Pero también dice que hay una necesidad de startups que avancen con más rapidez que los académicos.

“No podemos estudiar esta solución al mismo ritmo que hemos estado estudiando los problemas”, advirtió. Dice que no hay suficiente tiempo.

El 2024 fue el año más cálido en la historia de la Tierra, incluso en momentos en que se calcula que las emisiones globales de carbono alcanzarán otro máximo histórico.

“Necesitamos reducir las emisiones urgentemente, drásticamente”, apuntó Fennel, la investigadora que estudia el proyecto de Planetary. “Cualquier eliminación de dióxido de carbono de la atmósfera es mucho más difícil y costosa que evitar las emisiones de CO2 desde el principio”.

El sector sigue avanzando. Planetary indicó en febrero que había capturado un total de 1.000 toneladas de carbono en el océano, y Carboniferous completó su primera prueba de hundir caña de azúcar hasta el fondo del mar. Este año, Gigablue firmó un acuerdo por 200.000 créditos de carbono para dispersar partículas llenas de nutrientes en el océano.

Un número creciente de empresas también está utilizando electricidad para alterar las moléculas de agua de mar, con el mismo objetivo de incitar al océano a absorber más dióxido de carbono. La startup Ebb Carbon firmó recientemente un acuerdo con Microsoft para proporcionar hasta 350.000 créditos de carbono, y Captura, que está financiada en parte por inversores afiliados a la producción de petróleo y gas, expandió sus operaciones de California a Hawai.

No está claro si el gobierno de Estados Unidos detendrá o apoyará el trabajo climático oceánico en el futuro. El panorama político continúa cambiando mientras el gobierno del presidente Donald Trump intenta revertir una amplia gama de regulaciones ambientales y reexaminar el hallazgo científico de que los gases de efecto invernadero ponen en peligro la salud pública.

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Este despacho fue respaldado con fondos de la Fundación Walton Family. La AP es la única responsable de todo el contenido.

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Esta historia fue traducida del inglés por un editor de AP con la ayuda de una herramienta de inteligencia artificial generativa.

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