Donald Trump avanzó con la promesa de derribar el statu quo estadounidense para hacerse con la presidencia una segunda vez, sobreviviendo a una condena penal, imputaciones, la bala de un asesino, acusaciones de autoritarismo y un cambio inédito de oponente para concretar un notable regreso al poder.
La victoria de Trump corona el sorprendente regreso de un hombre que fue acusado de conspirar para revertir las últimas elecciones, pero que aprovechó las frustraciones y temores por la economía y la migración ilegal para derrotar a la vicepresidenta Kamala Harris.
Sus planes provocadores para trastocar el sistema político del país lograron apelar a decenas de millones de votantes que temían que el sueño americano se alejara más de su alcance y que recurrieron a Trump como un defensor contra el establishment gobernante y la clase experta de élites.
En un país profundamente dividido, los votantes se volcaron a la promesa de Trump de cerrar la frontera sur prácticamente por cualquier medio, de resucitar la economía con aranceles al estilo decimonónico que restaurarían la manufactura estadounidense y de liderar una retirada de las situaciones complejas internacionales y los conflictos globales.
Ahora, Trump fungirá como el presidente número 47 cuatro años después de abandonar a regañadientes el cargo como el mandatario número 45, el primer político desde Grover Cleveland a fines del siglo XIX en perder la reelección a la Casa Blanca para luego postularse de nuevo con éxito. A la edad de 78 años, Trump se convierte en el hombre de mayor edad en haber sido elegido presidente, al romper el récord del presidente Joe Biden, cuya competencia mental Trump ha atacado.
Su victoria inaugura una era de incertidumbre para la nación.
Para aproximadamente la mitad del país, el auge de Trump presagia un giro sombrío para la democracia estadounidense, cuyo futuro ahora dependerá de un hombre que ha hablado abiertamente de socavar el Estado de derecho. Trump ayudó a inspirar un ataque al Capitolio en 2021, ha amenazado con mandar presos a sus adversarios políticos y ha sido denunciado por sus excolaboradores como fascista. Para sus seguidores, las provocaciones de Trump se convirtieron en puntos fuertes más que escollos.
A primera hora del miércoles, los resultados mostraban que Trump había mejorado sus resultados de 2020 en todos los condados de Estados Unidos, con escasas excepciones. Trump se había asegurado los estados de tendencia electoral incierta —incluidos Georgia, Carolina del Norte y Pensilvania— para garantizarle los 270 votos del Colegio Electoral necesarios para ganar la Casa Blanca.
Los republicanos también consiguieron al menos dos escaños en el Senado, en Ohio y Virginia Occidental, para dar al partido la mayoría en el Senado. El control de la Cámara de Representantes estaba aún demasiado reñido.
En un discurso de victoria en West Palm Beach, Florida, Trump declaró que era el líder del “más grande movimiento político de todos los tiempos”.
“Superamos obstáculos que nadie creía posibles”, dijo, y añadió que asumiría el cargo con un “mandato sin precedentes y poderoso”.
Parecía que Trump tenía dos contiendas que ganar este año.
Primero se impuso ante Biden, que abandonó la campaña luego de un desempeño titubeante en el debate que suscitó dudas sobre la capacidad del presidente para ocupar el cargo otros cuatro años. Luego derrotó a Harris en una campaña cáustica de 107 días que resultó un calvario desagradable, amargo y lleno de insultos. Trump puso en duda la identidad racial de Harris en un momento y con frecuencia denigró su inteligencia. Chocaron a causa de puntos de vista radicalmente divergentes no solo sobre los asuntos del país, sino también de la misma naturaleza de la democracia.
Trump sistemáticamente ha intentado socavar algunos de los principios fundamentales del país, al erosionar la confianza en la prensa independiente y el sistema judicial, así como sembrando dudas sobre las elecciones libres y justas. Se ha negado a aceptar su derrota hace cuatro años, asegurando falsamente hasta el día de hoy que se le despojó de un segundo mandato en 2020. En lugar de obstaculizar su ascenso, su negacionismo prendió en un Partido Republicano rehecho por él.
Ahora, Trump ha prometido un rediseño radical del gobierno estadounidense, impulsado por sus promesas de “retribución” y de erradicar a los opositores internos que él considera “el enemigo interno”. Ha jurado supervisar la mayor ola de deportaciones de la historia de EE. UU., insinuado que desplegará tropas al interior del país, propuesto amplios aranceles y defendido en gran medida la mayor consolidación de poder en la historia de la presidencia estadounidense.
La campaña de Harris advirtió expresamente que un segundo mandato de Trump sería “desquiciado, inestable y descontrolado”, al señalar la turba de seguidores de Trump que saquearon el Capitolio el 6 de enero de 2021 para intentar impedir con violencia que se certificara su derrota. Pero los votantes no atendieron ni sus advertencias ni las de algunos de los exfuncionarios de mayor rango y asesores militares de Trump, que dieron fe de sus instintos autocráticos.
Tras casi una década como rostro dominante del Partido Republicano, Trump y su contundente enfoque de la política parecían haber perdido su valor de conmoción. En cambio, para millones de estadounidenses desilusionados y desconfiados de las instituciones y de un sistema político que sentían que les había fallado, su personaje de agente del caos se convirtió en una ventaja.
La campaña de Trump se había propuesto crear una nueva coalición política anclada no solo en los votantes blancos de clase obrera, sino también en los votantes negros y latinos de clase trabajadora. El miércoles temprano, ya había algunos indicios de que la campaña había tenido éxito.
Las elecciones de 2024 fueron las segundas en que Trump derrotó a una mujer que intentaba derribar la mayor barrera de género del país —la presidencia— luego de imponerse frente a Hillary Clinton hace ocho años. Sus antecedentes de conducta sexual inapropiada, junto con los tres jueces que nombró para la Corte Suprema y el papel que desempeñaron en acabar con el derecho constitucional al aborto en 2022 transformaron la contienda en un referéndum sobre los derechos de las mujeres y el género.
Pero puede que el aborto no haya sido un tema tan destacado como en las elecciones de mitad de mandato de 2022. El martes, Florida se convirtió en el primer estado desde la anulación de Roe contra Wade en rechazar una consulta electoral sobre el derecho al aborto.
Las encuestas previas a las elecciones mostraban un país dividido a niveles históricos en función del género. Los hombres, incluidos muchos votantes jóvenes, impulsaron la popularidad de Trump, mientras que las mujeres eran el núcleo de la coalición de Harris.
También fueron las primeras elecciones en las que un candidato principal fue un delincuente. Sin embargo, los delitos de Trump raramente fueron abordados por Harris, que intentó concentrarse en asuntos que afectan la vida doméstica de las personas.
En mayo, en una causa penal iniciada por el fiscal del distrito de Manhattan, Trump fue declarado culpable de 34 delitos graves por encubrir el pago a cambio de silencio realizado a una estrella del porno durante la campaña de 2016. En una señal de las extraordinarias circunstancias a las que se enfrenta, Trump espera la sentencia, prevista en principio para finales de este mes, justo cuando se acelere el proceso de transición presidencial.
La contienda contó con más de 1000 millones de dólares solo en publicidad televisiva, mientras Harris, de 60 años, se presentaba como la vanguardia de una nueva generación de liderazgo enfocada en la clase media, proponiendo una serie de planes políticos para abordar los precios de los comestibles, los costos de la vivienda, el cuidado de los niños y de los ancianos. Harris cambió su postura sobre la frontera, prometiendo medidas enérgicas tras haber defendido, cuando se presentó a las elecciones presidenciales de 2019, que no debería ser delito entrar en Estados Unidos sin autorización.
Trump la tachó de responsable de muchos de los problemas del país, contraatacando con una serie de eslóganes de recortes fiscales: ningún impuesto sobre las propinas, ningún impuesto sobre la Seguridad Social, ningún impuesto sobre las horas extraordinarias, entre otros. La denigró como “persona estúpida” y la calificó de “fracasada” y “peligrosamente liberal”.
Harris pidió pasar página a la divisiva era Trump. “No vamos a volver atrás”, dijo, y multitudes corearon la frase. Pero nunca pudo arrebatar totalmente a Trump el manto del cambio, dada su posición como segunda al mando del actual presidente.
La gestión de Biden bien pudo acelerar la recuperación del país tras la pandemia del coronavirus, diseñar un aterrizaje más amable que el esperado por la mayoría de los economistas y aprobar amplia legislación para atender asuntos como la manufactura, el cambio climático y la infraestructura. Pero el aumento en los precios de alimentos y vivienda causaron una dolorosa punzada económica que tuvo repercusiones políticas.
Trump también prometió que retiraría al país de los conflictos en el exterior, una vuelta al aislacionismo que encontró nuevos seguidores con una guerra entre Rusia y Ucrania que asola Europa hace casi tres años, y con Medio Oriente en el precipicio de una conflagración más amplia. Su elección plantea interrogantes sobre el futuro de la OTAN y el respaldo estadounidense a Ucrania; Trump lleva mucho tiempo hablando elogiosamente del presidente ruso Vladimir Putin.
Con el fin de mitigar el retroceso político al que se enfrenta su partido desde que la Corte Suprema anuló el caso Roe contra Wade, la histórica decisión que garantizaba el derecho federal al aborto, Trump adoptó la postura de dejar el derecho al aborto en manos de los estados.
Trump declaró formalmente su candidatura hace casi dos años, a pocos días de las elecciones intermedias de 2022. La realidad, de hecho, es que prácticamente nunca dejó de hacer campaña luego de que perdió las elecciones de 2020.
Resistió el bloqueo de las empresas de redes sociales luego de los hechos violentos del 6 de enero, los boicoteos de donantes corporativos, un juicio civil de fraude por 454 millones de dólares que se le interpuso en Nueva York y varias imputaciones, entre ellas una de conspirar para defraudar a Estados Unidos.
Trump aplastó a sus rivales republicanos hasta someterlos. En las primarias al Congreso de 2022, desbancó a ocho de los 10 legisladores republicanos que habían votado a favor de su segundo juicio de destitución. Luego arrasó en las primarias presidenciales de 2024, ganando todos los estados menos uno tras negarse a debatir con sus oponentes.
Sus seguidores lo apoyaron como un candidato del destino, incluso antes de que la bala de un supuesto asesino rozara su oreja en julio en un mitin en Butler, Pensilvania, a solo unos días de la Convención Nacional Republicana. “Lucha, lucha, lucha”, gritó al levantar el puño en el aire y con la sangre goteándole por el rostro.
Ocho días más tarde, Biden, aislado en su casa de Delaware luego de dar positivo por covid, se retiró de la campaña. El ingreso de Harris desató un estallido de fondos y moméntum. El Partido Demócrata pronto se consolidó para respaldarla mientras ella cerraba la brecha de las encuestas con Trump. En septiembre, ella lo superó y lo provocó en su único debate.
Pero el atractivo sostenido de Trump le permitió navegar la amarga fase final, durante la cual su jefe de gabinete de la Casa Blanca dijo que cumplía con la definición de “fascista”.
La etiqueta no hizo mella en muchos votantes. En enero, más bien, volverá a ocupar el cargo de comandante jefe de Estados Unidos.