El rapero puertorriqueño Bad Bunny defiende al sapo en peligro de extinción y da un impulso a los esfuerzos de conservación del Zoológico de Brookfield

Un parlanchín anfibio animado que protagoniza los vídeos del reciente álbum de Bad Bunny ha lanzado al sapo crestado puertorriqueño — una especie autóctona de la isla en peligro de extinción — a una nueva fama, tras años de silenciosos esfuerzos de conservación en colaboración con el Zoo Brookfield de Chicago.

“Ahora son famosos”, dice Mike Masellis, especialista en acuariofilia del Zoo de Brookfield. Hace poco, mientras le cambiaban el aceite en un taller, vio que un niño de la sala de espera llevaba una sudadera con la imagen del sapo. “Es emocionante ver que la gente toma conciencia de la especie”.

El artista puertorriqueño de reggaetón y rap dirigió un cortometraje en el que el sapo concho presta oídos a un anciano que recuerda su vida en la isla y desearía haber hecho más fotos. En un vídeo musical stop-motion, el sapo concho se va de discotecas mientras suspira por lo que parece ser un amor no correspondido por un sapo hembra; en Spotify las canciones se reproducen junto a vídeos del sapo disfrutando de una taza de café, cuidando plantas, haciendo yoga y limpiando mientras escucha música.

Entre bastidores del zoo, los anfibios famosos tienen su propia habitación, con el nombre de la especie escrito en una puerta azul como si fuera el backstage de un teatro. Dos parejas de los 30 sapos se reprodujeron recientemente y pusieron miles de huevos en sacos largos, fibrosos y gelatinosos que días después se transformaron en diminutos renacuajos.

Armado con redes de acuario y mucha paciencia, el personal contó 1,762 renacuajos escurridizos, que luego metieron en bolsas de agua y oxígeno y enviaron a bordo de un vuelo nocturno para ser liberados en la naturaleza de Puerto Rico justo a tiempo para la temporada de lluvias. Con estos esfuerzos, el zoo cuenta ya con casi 27,000 sapos reintroducidos en su hábitat natural desde 2012.

“Estos son los únicos sapos autóctonos de Puerto Rico, pero hay muchas ranas”, explica Masellis. La isla es conocida por la rana común del árbol coquí, pero sus diversos hábitats albergan una gran diversidad de vida salvaje: “Hay selva tropical, y luego está esta región cárstica, casi desértica, y ahí es donde se encuentran estos sapo”.

Esta especie, que se creía extinguida, está clasificada en la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza como en peligro de extinción a causa de la sequía provocada por el cambio climático, la pérdida de hábitat por el desarrollo residencial y comercial y la competencia de especies invasoras como el sapo de caña.

La erosión de la costa también significa que las olas pueden llegar más tierra adentro y traer agua salada a los estanques que los sapos necesitan para reproducirse y poner huevos. La única población silvestre conocida reside en el sur, principalmente en el Bosque Estatal de Guánica, y aunque no se dispone de un recuento exacto, los científicos estiman que la población podría ser de 2,000 a 3,000 ejemplares. No se ha visto ninguno en libertad en el norte de la isla desde 1992.

Cuando en 1980 se iniciaron los primeros esfuerzos de conservación del sapo crestado de Puerto Rico, el Zoo de Brookfield fue una de las dos instituciones estadounidenses que recibieron crías de cuatro individuos reproductores de los Jardines Zoológicos de Puerto Rico.

“Las liberaciones de forma más recurrente o más sistemática con los zoológicos prácticamente se estandarizó desde el 2006, así que tardamos unas cuantas décadas”, afirma Ramón Luis Rivera Lebrón, asesor técnico de la división de ecología del Departamento de Recursos Naturales y Ambientales de Puerto Rico. “Estamos en una desventaja, y por eso es que los zoológicos han sido simpáticos en suplirnos este material genético nuevo constantemente para mantener (las poblaciones)”.

Mike Masellis, especialista principal en cuidado de animales acuáticos del Zoológico Brookfield, supervisa cientos de renacuajos de sapo crestado puertorriqueño, una especie en peligro crítico de extinción, tras contarlos y recolectarlos el 13 de mayo de 2025 en la sala de conservación de sapos crestados puertorriqueños del zoológico. (Antonio Pérez/Chicago Tribune)
Un empleado del Zoológico de Brookfield cuenta y recolecta renacuajos de sapo crestado puertorriqueño, especie en peligro crítico de extinción, en Brookfield, el 13 de mayo de 2025. Los preparaban para un vuelo nocturno para su liberación en Puerto Rico. (Antonio Pérez/Chicago Tribune)
Un empleado del Zoológico de Brookfield cuenta y recolecta renacuajos de sapo crestado puertorriqueño, especie en peligro crítico de extinción, en Brookfield, el 13 de mayo de 2025. Los preparaban para un vuelo nocturno para su liberación en Puerto Rico. (Antonio Pérez/Chicago Tribune)

La especie, dijo, es extremadamente sigilosa, y cuando los renacuajos se convierten en sapos jóvenes después de 25 a 30 días, se refugian en grietas o bajo las rocas e incluso excavan madrigueras bajo tierra donde pueden permanecer durante años para protegerse de la sequía y el calor. Por lo tanto, por un tiempo, los investigadores no pueden estar seguros de cuántos llegan a la edad adulta.

“El problema es que, hasta que no tienen la madurez sexual, que es como a los 2 años, no (son) propensos a visitar charcas que se produzcan luego de eventos de lluvia”, dice Rivera Lebrón. “Así que es lento. Tarda mucho tiempo en poder ver a un individuo adulto y documentar su reproducción”.

La agencia libera a los renacuajos en estanques naturales o artificiales situados en zonas protegidas de terrenos públicos o en propiedades privadas a veces propiedad de organizaciones conservacionistas sin ánimo de lucro como Para la Naturaleza, en cuyo rancho se soltaron a mediados de mayo los 1,762 renacuajos del Zoo de Brookfield.

“Ahí tenemos una exposición controlada, cobertura forestal, áreas abiertas y refugio”, dijo Rivera Lebrón. El rancho es una de las tres zonas identificadas para la reintroducción en la costa norte de la isla, donde estanques artificiales reciben anualmente entre 15,000 y 20,000 renacuajos.

En la sala de los sapos crestados puertorriqueños del zoo, la temperatura es de unos sofocantes 80 grados, justo como les gusta a los anfibios para la época de cría. Después de cumplir su parte, machos y hembras se mantienen en acuarios separados; en la parte superior de uno de los tanques, la tapa se mantiene en su sitio gracias a un par de rocas, pero el personal no recuerda si tuvieron que hacerlo tras un audaz intento de fuga o simplemente como medida preventiva. Los sapos se alimentan con grillos, que aportan el valor nutritivo que necesitan para desarrollarse.

Mike Masellis, especialista principal en cuidado de animales acuáticos del Zoológico Brookfield, oxigena a los renacuajos de sapos crestados puertorriqueños embolsados que esperan ser transportados el 13 de mayo de 2025. Los enviarían en un vuelo nocturno para ser liberados en Puerto Rico. (Antonio Pérez/Chicago Tribune)
Mike Masellis, especialista principal en cuidado de animales acuáticos del Zoológico Brookfield, oxigena a los renacuajos de sapos crestados puertorriqueños embolsados que esperan ser transportados el 13 de mayo de 2025. Los enviarían en un vuelo nocturno para ser liberados en Puerto Rico. (Antonio Pérez/Chicago Tribune)

“Veo a este tipo todo el día”, dice Masellis mientras levanta un sapo macho y mira sus ojos dorados justo debajo de la cresta distintiva. “Es una vida agradable para ellos”.

Tras el estreno de la película de Bad Bunny, la Fundación Puertorriqueña para la Conservación del Sapo Crestado recibió mayores donaciones para un nuevo centro de crianza en la isla, según Rivera Lebrón. El álbum del artista, dijo, ha despertado la curiosidad mundial por la cultura puertorriqueña, y el sapo se ha convertido en un motivo de orgullo.

“Él logró hacer lo que no habíamos logrado hacer nosotros, que era visibilizar y viralizar la figura del sapo concho”, dijo Rivera Lebrón. “Nosotros hemos aprovechado a promocionar eso mismo, que es nuestro único sapo puertorriqueño y que si lo dejamos de conocer, lo vamos a perder”.

Traducción por José Luis Sánchez Pando/TCA

adperez@chicagotribune.com

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