“La prima della classe” recuerda a un papa que no tuvo miedo de admitir sus errores

Por NICOLE WINFIELD

CIUDAD DEL VATICANO (AP) — Solía llamarme “la prima della clase”, o “la primera de la clase”. Y no necesariamente era un halago.

Me gané aquel apodo del papa Francisco en 2018, un año que marcó un punto bajo en su papado y un giro de tuerca en la manera en la que abordó casos de sacerdotes que abusaron sexualmente de menores.

El papa le dio un mal manejo a un gigantesco caso de abuso en Chile y yo, como otros en las filas de la prensa del Vaticano, reportamos el escándalo durante el problemático viaje de Francisco al país sudamericano.

Francisco inicialmente desacreditó a las víctimas, se mostró poco sensible a sus traumas y defendió a un obispo implicado en el encubrimiento de lo sucedido.

Mientras volaba de regreso a Roma, durante una conferencia de prensa en el avión, el papa se vio inundado con preguntas sobre el escándalo. La turbulencia interrumpió la sesión, pero al reanudarse retomé la conversación e insistí en el tema sin poder creer que Francisco no pareciera tener conciencia del dolor de las víctimas.

Él insistió en que no hubo víctimas que hubieran acusado al obispo Juan Barros de proteger al sacerdote pedófilo Fernando Karadima, pero yo sabía lo contrario y se lo dije en un tono de voz que hasta la fecha me sorprende.

“Las víctimas son las que están diciendo esto”, le dije.

“No he escuchado de ninguna víctima de Barros”, respondió.

“¡Sí hay! ¡Sí hay!”, insistí. El papa me interrumpió pero le quité la palabra levantando la voz. “Hay víctimas de Karadima que dicen que Barros estuvo ahí”.

“Pero no se presentaron”, respondió Francisco. “No dieron evidencia para un juicio. Tú, con buenas intenciones, me dices que hay víctimas, pero yo no las he visto porque no se presentaron”.

Para los estándares del protocolo vaticano, el intercambio fue sorprendentemente brusco. Francisco podría haber endurecido su postura o tomado represalias contra mí y otros periodistas que lo desafiamos tan públicamente, pero no lo hizo.

Su respuesta —ordenar una investigación y, una vez concluida, disculparse con las víctimas por desacreditarlas— subrayó lo que amigos y enemigos por igual veían como uno de los atributos más destacables del papa: la voluntad de admitir sus errores y corregir el rumbo.

Durante una entrevista en 2023 con The Associated Press, Francisco reconoció que la conferencia de prensa del avión en 2018 fue un punto de inflexión. Fue el momento en el que comprendió la profundidad del escándalo de abuso.

“No podía creerlo. Tú fuiste la que estuvo en el avión y me dijo: ‘No, no es así, padre’”, me dijo Francisco.

“Ahí fue cuando estalló la bomba, cuando vi la corrupción de muchos obispos en esto”, añadió haciendo un gesto que indicaba que su cabeza había explotado.

Para entonces Francisco ya me había puesto el apodo. Se le ocurrió en agosto de 2018, cuando el escándalo chileno no tenía mucho de haber ocurrido.

Junto conmigo, la periodista de AP, Eva Vergara, había dado seguimiento a una historia de que Francisco había recibido una carta de una víctima chilena que detallaba el abuso y encubrimiento que vivió.

De nuevo a bordo del avión papal, esta vez rumbo a Irlanda, Francisco saludó a los periodistas y, cuando llegó a mi fila, sonrió, estrechó mi mano y dijo: “Ahh, la prima della clase, la prima della clase”.

Me pregunté qué quiso decir con eso. En italiano podía traducirse como “la primera de la clase”, pero también podía acarrear una connotación negativa, de sabelotodo, santurrona o la consentida del profesor.

Al final consideré que llamarme así fue el reconocimiento que Francisco hizo a regañadientes de la manera en la que AP y yo llamamos su atención y lo corregimos.

Como reporteros debemos mantener una distancia profesional, dándole cobertura de una manera firme pero justa que se ajuste a nuestros estándares, y quizá por eso él respetó nuestro trabajo.

El nombre se me quedó y Francisco lo usaba siempre que nos encontrábamos.

De varias maneras mostró cómo su relación con la prensa evolucionó con el tiempo. Tras su elección como papa, el argentino dejó claro que no se sentía cómodo con los periodistas. Había tenido experiencias negativas en su país, donde su papel como líder de los jesuitas durante la dictadura militar (1976-1983) y su mandato como arzobispo de Buenos Aires lo pusieron en la mira de los medios.

“La verdad es que no doy entrevistas. No sé por qué pero simplemente es así”, dijo Francisco a reporteros que viajaban con él a Brasil en 2013 durante su primera salida al extranjero como pontífice.

Con el tiempo Francisco se relajó y sus conferencias de prensa aéreas abrieron un nuevo capítulo en la comunicación papal. Sus comentarios algunas veces requirieron clarificaciones oficiales pero fueron más allá de los límites de modos que no pudo haber logrado con discursos o documentos sobre temas como la comunidad LGBTQ+ o el papel de la mujer en la iglesia.

Francisco dio más entrevistas que sus dos predecesores juntos, usando a los medios para dirigirse a su rebaño de manera informal y personal, lo que caracterizó a su papado.

Nuestro último encuentro sustancial ocurrió en enero de 2024, cuando reporteros se encontraron con él en el Palacio Apostólico.

En aquel entonces, yo estaba preocupada por un conflicto laboral-personal: mi hija entraría a la universidad a finales de agosto y como familia estábamos planeando viajar a Nueva Inglaterra para asistir a una orientación y acompañarla en su mudanza.

En paralelo circulaban rumores de que Francisco se embarcaría en el viaje más largo y ambicioso de su papado: un tour por cuatro países asiáticos que, todo indicaba, sucedería en agosto. Yo no podía faltar a ninguno de los dos.

Al final de la audiencia, Francisco saludó a los periodistas individualmente. Al día de hoy no puedo creer lo que le dije, pero le conté mi dilema, invocando tanto a la desesperación maternal como el descaro de no tener nada que perder.

Con la gentileza de siempre, Francisco me escuchó atentamente —con frecuencia me preguntaba cómo estaban mis hijos— mientras le sugerí con cierto descaro que retrasar el viaje a Asia me permitiría cubrirlo.

Francisco no lo descartó de inmediato, así que supuse que al menos podría decirle a mi hija que lo había intentado, sabiendo que sería inevitable decirle que el viaje a Asia tendría prioridad.

Meses después, para mi sorpresa, la fecha del viaje fue anunciada: del 2 al 13 de septiembre. Podría hacer ambas cosas.

No me atreví a pensar que mi improvisada conversación con él mientras se reunía con decenas de periodistas pudiera haber influenciado la organización de un viaje papal. Sin embargo, después recibí un mensaje de alguien cercano al papa que acababa de encontrarse con él.

“No vas a creer lo que me dijo”, me contó. “El papa dijo que cambió las fechas del viaje para que pudieras venir”.

Aún no sé qué otros factores afectaron la planeación del que se convertiría en el último gran viaje al extranjero de la vida de Francisco.

Me siento agradecida de haber podido ir. Fui testigo de cómo Francisco, cojeando y en silla de ruedas, estuvo cerca de su rebaño en Indonesia y Singapur, en las selvas de Nueva Guinea y el caluroso Timor Oriental, donde la mitad de la población asistió a su misa final en Dili.

En el avión de vuelta a casa, escribí sobre su resiliencia.

“Y ahí estuvo Francisco, desafiando a los incrédulos que cuestionaron si podría o debía haber hecho aquel arduo viaje a Asia dado todo lo que podría salir mal”, decía mi historia. “El momento sirvió para probar que, a pesar de su edad, dolores y siete horas de desfase horario, el papa Francisco aún podía ser papa, disfrutaba ser papa y estaba en él seguir siendo el papa que fue desde el inicio de su pontificado”.

Quisiera pensar que pudo haberlo leído, sabiendo que vino de la “la prima della classe.”

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La cobertura de noticias religiosas de The Associated Press recibe apoyo a través de una colaboración con The Conversation US, con fondos del Lilly Endowment Inc. La AP es la única responsable de todo el contenido.

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