Por GIOVANNA DELL’ORTO
EL ROCÍO, España (AP) — Con el rostro, los sombreros y los trajes de flamenco cubiertos de polvo, cientos de peregrinos se reunieron alrededor de una carreta tirada por bueyes que transportaba su ícono de la virgen María tras trasladarse penosamente a pie, a caballo y en carretas a lo largo de caminos de tierra durante casi 12 horas.
La festiva música flamenca se detuvo, las omnipresentes botellas de cerveza y copas de vino se dejaron a un lado, y los fieles católicos rezaron el rosario vespertino junto a los pinos en tierras salvajes, a pocos kilómetros de la aldea de El Rocío.
“Se puede beber y convivir. Los mejores amigos de nuestra vida están aquí. Pero fundamental es ir al culto diario”, dijo Meme Morales, quien ha realizado esta peregrinación desde principios de la década de 1990, este año con sus dos hijas adultas. “La virgen es algo que forma parte de nuestra vida”.
Venerar a la virgen del Rocío ha sido una tradición desde que se descubrió el ícono principal cerca de este pueblo, en la región de Andalucía, en el sur de España, hacia finales del siglo XIII.
Se ha convertido en una de las peregrinaciones católicas más grandes y singulares del mundo. Durante los días previos al fin de semana de Pentecostés, alrededor de un millón de personas participan en la “romería del Rocío” entre remolinos de polvo que son tan omnipresentes y naturales como la devoción de los fieles.
Fiesta y fe en el camino de los peregrinos
Parece una fiesta ambulante y desenfrenada incluso entre las hermandades religiosas —más de 130 de las cuales participan— que recorren diferentes caminos desde toda la región y lugares tan distantes como Bruselas. El grupo de Morales es la hermandad de Triana.
Desde que desmontan el campamento al amanecer hasta bien entrada la noche, cantan sevillanas —muchas de ellas propias de cada hermandad— acompañadas de guitarra y palmas rítmicas. Comida casera y abundante agua, cerveza y jerez se comparten con amigos y desconocidos por igual.
Pero hay oraciones en cada descanso de los senderos rurales, sacerdotes para confesar al final del día, conversaciones sobre el papa, viajes misioneros, acercamiento con las comunidades e incluso misas solemnes en los campos.
“Sin esto no tiene ningún sentido. Sería un picnic”, dijo Patricia Rodríguez Galinier, quien es diputada de culto de la hermandad de Triana. Con sede en el barrio homónimo de Sevilla, a unos 80 kilómetros (50 millas) de distancia, es una de las más grandes y antiguas —fundada hace más de 200 años.
Rodríguez acababa de ayudar a organizar la misa del “simpecado” de Triana que se refiere a su versión del ícono de la virgen, trasladado en una carreta tirada por bueyes cubierta de plata y flores frescas. En el campamento nocturno, las carretas se colocan en círculo y la gente se reúne para orar a lo largo de la noche.
Con los bueyes atados a árboles pequeños y algunos jinetes aún a caballo, bajo una temperatura de 33 grados Celsius (90 Farenheit), más de 700 fieles escucharon la homilía de su director espiritual, el reverendo Manuel Sánchez.
Citó las primeras palabras públicas del papa León XIV sobre el amor de Dios por todos, y añadió que ese amor incluía a quienes en ese momento recibían el Sacramento de la Reconciliación detrás de la carreta, aún con sus botellines de cerveza en la mano —lo cual provocó risas.
“Hay un profundo sentido de espontaneidad en El Rocío… (como) vemos en el Evangelio que el Señor tiene con la gente que se encuentra para comer”, dijo Sánchez más tarde. “Tenemos mucho tiempo en la vida que nos venimos a llorar (a Dios), pero ciertamente (eso) no es El Rocío”.
Devoción popular arraigada en un lugar marginal
Una razón del carácter sencillo de la peregrinación es la ubicación de El Rocío —en los humedales y dunas del estuario del río Guadalquivir—, explicó Juan Carlos González Faraco, profesor de la Universidad de Huelva, quien ha estudiado la romería.
Hasta las últimas décadas, cuando se impusieron la agricultura de invernadero a gran escala y las áreas naturales protegidas, era una zona agreste propensa a la malaria, frecuentada principalmente por ganaderos y rancheros a caballo.
Esto ha permitido que la tradición centenaria de la peregrinación continúe sin las reglas estrictas de otros lugares de devoción mariana. Se ha mantenido en manos de las hermandades en lugar de la Iglesia institucional, añadió González.
Él es miembro de la Hermandad Matriz de Nuestra Señora del Rocío de Almonte, el pueblo más cercano al santuario que gestiona su iglesia blanca, llena de imágenes doradas y arena naranja traída por las pisadas de los peregrinos.
Su presidente, Santiago Padilla, pasó horas a las puertas del santuario el sábado para dar una bienvenida solemne a cada hermandad a su llegada.
“Vienen cargados de intenciones, de plegarias, de oraciones. Y es el momento en el que estrechamos sus manos, nos abrazamos y damos gracias a la virgen por ese camino que han hecho”, dijo Padilla, cuya familia ha sido peregrina por generaciones.
Regreso a las raíces campestres
Padilla vestía un traje de corto —una impecable chaqueta blanca y un atuendo ecuestre de gala—, como muchos miembros de las hermandades que realizan la peregrinación a caballo. Las mujeres llevan mantones y vestidos o faldas largas con vuelo para cabalgar mejor sentadas de lado y protegerse de la maleza y el Sol.
Estos atuendos podrían parecer estereotipos españoles, pero rinden homenaje a las tradiciones laborales de muchas familias de la zona.
“Todo lo que tenga presencia acerca un poco a Dios”, dijo Ignacio Sabater Wasaldúa, el hermano mayor de la hermandad de Triana. Este año montó a caballo junto a su hijo y ayudó a guiar a las docenas de carretas y los miles de peregrinos a pie.
Las hermandades enfatizan que su compromiso con la vida cristiana trasciende una romería anual —aunque se inspiran en ella y no considerarían perdérsela.
“El Rocío debería ser un modelo de sociedad, con cariño y solidaridad”, agregó Sabater.
Triana, por ejemplo, mantiene una capilla con misas diarias y lleva a casi 200 jóvenes de entornos de exclusión social a la casa de la hermandad en El Rocío para un campamento de verano.
“Yo soy rociera el año entero”, dijo Macarena Ruíz, quien comenzó a participar a finales de la década de 1980 y cuyos tres hijos son monitores en la colonia.
A pesar de la creciente secularización de España, los jóvenes aún se involucran en la romería, ya sea para mantener una tradición familiar, hacer amigos nuevos o vivir su fe. Este año, el grupo juvenil de Triana organizó la adoración eucarística hasta bien entrada la segunda noche del campamento.
“Es la seguridad de que esto no se va a acabar”, dijo Esperanza García Rivero, cuyo abuelo llevó su carreta a la romería en la década de 1940.
Sudor y lágrimas ante María, madre de Dios
Ocultas entre las tradiciones y las festividades, muchos peregrinos se sienten motivados por las promesas que le hicieron a la virgen.
Tras una doble mastectomía por cáncer de mama, Paloma María se hizo un tatuaje grande de la virgen entre los hombros.
“Es ella la que me cuida. Mi virgen del Rocío es todo para mí”, dijo la joven cordobesa.
María Mendoza también acudió a dar gracias cuando, junto con García y sus amigas cercanas de Triana, entró en el santuario el sábado, después de que la hermandad fuera recibida formalmente frente a él.
Les esperaban más eventos de la romería, que culminaron con la procesión final del Rocío el domingo por la noche para visitar a cada hermandad de la ciudad. Es una aglomeración masiva que dura horas, tras la cual los fieles emprenden sus largos viajes de regreso a pie, a caballo o en carritos.
Pero este fue el primer momento en que las mujeres finalmente estuvieron cara a cara con su virgen. Las lágrimas se mezclaron rápidamente con el sudor y el polvo en sus rostros.
“Es que uno da tantas vueltas: lo suyo, los amigos … eso ha explotado”, susurró Sara de la Haza.
Entonces, alguien entre la multitud entonó el saludo de Triana a la virgen. Las amigas se secaron las lágrimas y comenzaron a cantar con alegría: “Eres tú blanca paloma, eres tú lo que más quiero desde el día que nací”.
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